¿Tomamos un café?

Los tiempos cambian y el consumo de café se resignifica. Sin embargo, sigue siendo el centro de ceremonias, encuentros y momentos inolvidables.

Por María Adrover

No hay punto en el país donde no haya en este momento una mesa de bar con un café humeante sobre ella. El café en pocillo de siempre o en sus versiones más gourmet, en la Argentina es mucho más que un brebaje oscuro y perfumado que reconforta y levanta el ánimo.

El café es, siempre, un momento. Un momento de encuentro. Un momento de reflexión. Un momento de pausa. Un momento de charlas entusiastas. Un momento de confesiones. Un momento de dolor a solas. Un momento de despedidas. Un momento de promesas.

Todo estos momentos, los argentinos los vivimos ante un café y en un bar. Los hay tradicionales, de vidrieras cuadradas y mesas de madera; noventosos con salones amplios, adornos dorados y potus colgantes; bares notables con historia; repletos de antiguedades, fotos y objetos que remontan a otros tiempos; de la nueva era con pequeños sillones que hacen sentir en el living de casa; con enormes pantallas para ver fútbol en equipo; estilo vintage que sirven el café con cupcakes y macarons; y los preferidos por cantantes, artistas y músicos para esperar la madrugada.

Y en ellos, siempre el café. Expreso, lágrima, cortado, con leche (y medialunas, por supuesto), capuccino, y todas las nuevas variantes que irrumpieron en los últimos años entre los más jóvenes e inauguraron una nueva forma de consumirlo.

Si bien la Argentina no está entre los primeros consumidores de café (apenas un kilogramo por año por persona), hace un tiempo desembarcó el boom del café gourmet y las preferencias por los granos de alta calidad, las mezclas a gusto del cliente y la atención en el tostado. Lo que sí se mantiene intacto es el rito que lo pone en el centro de la escena de tantos momentos importantes de la vida de los argentinos.

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